Зачарованные камни - Родриго Рей Роса Страница 16
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Septiembre de 1995
Disculpa que no te escribiera antes, pero he estado adaptándome a esta ciudad, cosa que, hasta cierto punto, ha sido fácil. No te imaginas cuánto ha cambiado mi vida, cuánto he cambiado yo misma en este tiempo. ¡Pero tardarme tres meses en escribirte a ti, mi mejor amiga! Para eso hay una explicación, o mejor dicho, una serie de explicaciones.
Recién llegada, antes de que se armara el escándalo acerca de mi padre, yo creía haber encontrado aquí mi versión del paraíso terrenal, y tú sabes que nunca he aspirado a paraísos de otra especie. ¡Qué sensación de libertad, después del ambiente al que estamos acostumbrados allá! La gente me parecía toda guapísima, una fauna exótica y como más allá de la última moda, con el fondo de líneas verticales de este rompecabezas de rascacielos. Como todo el mundo repite, lo bueno de Manhattan es que tiene de todo, y eso ayuda a que aun alguien con una historia como la mía pueda sentirse más o menos normal. (Estoy segura de que te encantaría, y espero que algún día puedas venir a visitarme.)
Mi madre me ha obligado a inscribirme en una escuelita de música llamada The Music Box, creo que sólo porque se encuentra a la vuelta de la esquina. La escuela me parece malísima, de lo más retrógrada, de verdad, con momias en lugar de profesores, que creen que la historia de la música terminó hace casi un siglo, más o menos con Brahms. En Downtown — la parte baja y más vieja de Manhattan — las hay mucho mejores, con programas acerca de Cage, Cowel & Company. Pero mi madre dice que no quiere tener que preocuparse porque yo ande viajando en el subterráneo o en autobús. La verdades que quiere mantenerme alejada de Downtown, que le parece territorio de perdición. Pero ése es el barrio que más me gusta, y adonde pienso mudarme en cuanto pueda. (O sea, inmediatamente déspues de mi próximo cumpleaños.)
Mientras tanto, recibo clases de piano, flauta y solfeo todas las mañanas. Por las tardes, mi madre me pone a practicar (hay un piano de media cola en el apartamento) y más tarde me lleva a una clase de danza un día, y al otro, a una de gimnasia. Así fuimos a Downtown la primera vez, porque allí se dan las clases de danza más innovadoras, como las de técnica de contact y release. Pero, como en una de estas clases era principalmente cosa de revolcamos todos por el suelo y tocarnos por todas partes (y aunque los bailarines te dirán que no hay nada sexual en todo eso, que sirve solamente para «hacer correr las energías», algo tiene de sexual, no creas que no), mami resultó escandalizada. Llegó a usar la palabra «degenerado» al referirse al profesor, y ahora la usa al referirse a los habitantes de la isla que viven al sur de la Calle 34.
No me gusta el barrio donde vivimos, el Upper East Side, que, abstracción hecha del paisaje de edificios, podría ser la Cañada, en cuanto al clima mental. Claro que no deja de ser Nueva York, pero la acción ocurre en otra parte. Te lo repito, ven a verme si puedes. Hay sitio en el apartamento, si quieres quedarte con nosotros, así que si no tienes dinero para el pasaje, intenta conseguirlo. Yo creo que vale la pena el esfuerzo.
Diciembre de 1995
¡Feliz Año Nuevo!
Hace casi tres meses que te escribí, y todavía no tengo noticias tuyas. Ojalá tuviera un número de fax a donde mandarte ésta, pero qué le vamos a hacer.
Aquí mi vida sigue sufriendo transformaciones. En primer lugar, el escándalo de mi padre ha alcanzado proporciones gigantescas. En noviembre, mi tío, el hermano de mi madre, nos envió algunos periódicos locales, así que supongo que ya te habrás enterado. Y espero que tu silencio no se deba a que estás demasiado horrorizada por el hecho de que tu mejor amiga de la infancia resultara ser la hija de un secuestrador.
Mi madre está desecha. La comprendo, incluso la compadezco, pero aun así me cuesta muchísimo simpatizar verdaderamente con ella. Mi padre será lo que quieran, pero para mí fue un padre ejemplar, al contrario de mi madre, que siempre me pareció que disfrutaba haciéndome la vida imposible.
No puedo creer que mi padre sea culpable de todas las atrocidades de que le acusan. Y en cualquier caso, le creo cuando me dice que todo lo hizo por mi madre y por mí. En lo más profundo, lo he perdonado. No así mi madre. Ahora que lo han extraditado, dice que no quiere saber nada más acerca de él. Que si antes de casase le hubieran dicho que pasaría veinte años en compañía de un asesino, se habría suicidado, que todavía no está demasiado vieja para rehacer su vida, etcétera, etcétera. En todo caso, está bastante bien instalada en este edificio de apartamentos (plagado de familias centroamericanas, casi todas judías, por si te interesa saberlo), que mi padre dejó a su nombre, y con una cuenta bancaria que le permitirá vivir el resto de sus días sin trabajar.
Pero he decidido no complicarme demasiado la existencia pensando en todo esto. Qué afortunada me siento — en medio de la catástrofe — en esta ciudad, donde sé que podré rehacer mi vida y seguir adelante. Qué horrible sería estar allá. Éste es el último favor que tendré que agradecerle a mi padre, pues fue él quien decidió que viniéramos aquí. Batalló por convencer a mi madre, sin poder revelar que se trataba de una fuga. Decía que pensaba en mí, en mi futuro, y yo creo que era cierto.
He interrumpido mis clases de música, para gran disgusto de mi madre. Pero estoy convencida de que no tengo oído musical, así que para qué. Bastó con que dejara de acudir tres veces seguidas a mis lecciones de solfeo para que la maestra (que es también la directora de la escuela, una viejita cascarrabias) telefoneara a mi madre para decirle que en realidad la escuela no era para mí y que no pensaba permitir que mi madre siguiera malgastando su dinero. Ella, impresionadísima con la honestidad de la anciana, y tan indignada por mi actitud que, como castigo, me ha quitado mi allowance de un mes.
Ahora está empeñada en que yo tome unos cursos y talleres de arte, a lo que no me opongo, aunque sé que más tarde voy a desilusionarla, si su esperanza es que algún día me convierta en artista. Y seguimos acudiendo a las clases de gimnasia y ballet.
La universidad resulta demasiado cara, dice mi madre, y además nos vinimos tan deprisa que no tengo conmigo todas mis equivalencias escolares, de modo que por ahora no corro el riesgo de que me obligue a inscribirme. No estoy segura, pero parece que en algún sitio hay más dinero, una cuenta confidencial que nos ha dejado mi padre, pero que todavía no podemos usar. Ella espera tener acceso a ese dinero dentro de poco tiempo, pero lo que soy yo, no lo tocaré jamás, ni con una vara de veinte metros.
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